12 de enero de 2013

Somos Haití

Hay países asociados a una época de tu vida. Otros te recuerdan a tu familia, a grandes amigos o a una lengua que te gustaría hablar. Muchos, por desgracia, a una catástrofe o a un dictador y sus golpes de estado. Para mí, Haití es todo esto. Y más.

Haití es, para mí, Yves-Renee. La conocí durante un viaje de estudios a Cuba que dirigí en el año 2004. Yves-Renee me llamó enseguida la atención porque no era como la mayoría de los estudiantes que formaban parte de aquel grupo: ella ya era una mujer madura, guapa, con un gran sentido del humor y una sonrisa única, muy gentil e inteligente, quien, después de jubilarse de su trabajo en el Banco Mundial, había decidido terminar sus estudios en Resolución y Análisis de Conflictos en mi universidad. Primogénita de su familia, su padre no había podido aceptar que no fuera un varón, y le había puesto tranquilamente el nombre de Yves. Le añadió el Renee por aquello del qué dirán.

Yves-Renee me hizo conocer y amar a los haitianos. Me sentaba con ella en el minibús que nos transportó durante diez días de un extremo a otro de Cuba y, entre bache y bache, comentábamos lo que nos contaban en las charlas del partido y lo que parecían querernos decir los cubanos en las calles de la isla. Desde la bahía de Santiago de Cuba nos imaginamos juntas Haití al otro lado del Caribe. También tuvimos tiempo para reír y para hablar de nuestras cosas. Justo ayer le relataba a un amigo la estratagema que ideé para hacer olvidar a Yves-Renee, aunque fuera por sólo un día, el miedo irracional que sentía hacia las serpientes. No es que yo fuera más valiente que ella pero como directora del programa, y en aras del éxito académico del mismo, debía mostrar entereza y buen juicio siempre, incluso ante las situaciones más variopintas que, ¡cómo no!, se presentaron a mansalva durante el viaje. Espantar con gritos y un palo a los fantasmas de las serpientes de las cabañitas en las que nos alojaron en Santa Clara, a pocos kilómetros del mausoleo del Che Guevara, fue una de ellas. Las otras, las dejo para futuros posts.

Pero volvamos a Haití. El programa terminó e Yves-Renee y yo nos mantuvimos en contacto. Vino a casa a conocer a mi pequeño cuando nació en 2005. Comíamos de vez en cuando juntas y durante los casi tres años que viví en Arizona, nos seguimos escribiendo correos electrónicos con regularidad. La mayor parte de su familia vivía en su país natal, principalmente en Puerto Príncipe, no así ella y su hijo, ya mayor de edad, al que había criado sola en EE.UU. Ni que decir tiene que cada vez que había noticias de Haití, intentaba hablar con ella para obtener una visión más detallada de lo sucedido.

Así seguimos hasta el 12 de enero de 2010. Lo del terremoto no fue una simple noticia que verificar con alguien del país, evidentemente. Fue un horror. Lo primero que hice, claro, fue escribir un email a Yves-Renee para ver si su familia había sufrido directamente las consecuencias del terremoto. Después vino lo demás: estar ahí para lo que hiciera falta: recogida de alimentos, mantas, dinero. Haití éramos todos en ese momento y sabíamos que lo tendríamos que ser por mucho tiempo más.

¿Habría sido yo tan Haití si no hubiera conocido a Yves-Renee? Probablemente no, pero eso ¡qué más da! Por esa amistad no sólo fui Haití en ese momento sino que sigo siéndolo hasta ahora.

Y lo seré hasta que ya no sea yo.

1 comentario:

Inma Eiroa dijo...

En mi nombre y en el de Solidaridad 2.0 quiero darte las GRACIAS por colaborar con #SomosHaiti. ¡Gracias por formar parte de la familia de Solidari@s!

Como bien sabes, Haití necesita aún mucha ayuda económica, pero también manos para ayudarles, conocimientos para compartir con ellos y lograr que mejoren su productividad y calidad de vida... y necesitan que se les conozca y se sepa lo mucho que tienen que ofrecer.

Nuestras gracias en forma, también, de post http://www.solidaridad20.org/2013/01/13/12-enero-2013-somoshaiti-con-haiti/