10 de septiembre de 2012

El miedo del docente ante el error

Estoy convencida de que todos podemos aprender de nuestros errores, algo que no me canso de repetir en charlas, clases y talleres. Quiero pensar que yo también soy capaz de mejorar si soy consciente de lo que estoy haciendo mal. Evidentemente, para ello es necesario que averigüe o me indiquen la forma correcta de hacerlo. A veces, sin embargo, no existe una única forma de hacer bien algo, o lo que a uno le parece adecuado puede no serlo para otros.


Por suerte, en el caso de la ortografía del español, no son frecuentes estos dilemas. Hay pocos aspectos debatibles y, de haberlos, es fácil determinar el motivo de la fluctuación entre una forma y otra. De ahí que la duda que se planteó en mi última clase de estilística y el error que cometí al tratar de explicarla me hayan producido bastante desasosiego en los últimos días. ¿Por qué me empeñé en acentuar el pronombre relativo en “Unos cuantos días más sin tener nada de que ocuparse”. Parecerá un asunto sin mucha importancia pero para una persona como yo, a la que le apasionan su lengua y su trabajo, no lo es.

Es relevante porque no me agrada enseñar algo que sea incorrecto. Cierto es que los profesores somos humanos y, como tales, nos equivocamos, quizá en más ocasiones que las que nos atrevemos a reconocer. Tampoco sabemos todo. Pero aceptar todo esto es difícil. Aprender de nuestros errores no lo es tanto, creo. Lo importante es que sigamos siempre hacia delante y que nuestros alumnos sean conscientes de que, al igual que ellos, hacemos un esfuerzo por saber más y que sabemos aceptar nuestros fallos y aprender de ellos.

Y está claro que yo aprendí algunas cosas. En primer lugar, que muchas personas dudan a la hora de poner ese acento. Así se comprueba al hacer una búsqueda en Google y, mucho más importante todavía, al consultar los Corpus de Referencia del Español Actual de la RAE y el de la Brigham Young University (BYU). Véase, por ejemplo, el gráfico de la derecha o este texto extraído de una entrevista publicada en el ABC y recogido por el corpus de BYU:

Es como si los escritores desconfiaran de narrar historias. Incluso ya han caído en cosas tan peregrinas como contar cómo se hace una novela, como si al lector eso le interesara algo. Mire usted, no me cuente cómo, sino algo. Evidentemente, una de las formas de ocultar que no tienes nada qué decir es poner mucho énfasis en el lenguaje. En general, cuanto más énfasis, más carencia. Pero, en fin, sería muy feo señalar que « fulanito » no tiene nada que decir... - Feo tal vez, pero necesario, ¿no cree? - Yo prefiero al autor que, con un lenguaje tal vez excesivamente descuidado, cuenta una historia apasionante, que al que domina el lenguaje, sin historias por medio.

También verifiqué que el servicio de @fundeu responde rápidamente a las dudas, aunque los 140 caracteres de Twitter no permiten mucha discusión sobre por qué se produce una determinada confusión. Por el contrario, el servicio de asesoría lingüística de la RAE no es tan raudo a la hora de contestar preguntas, pero quiero pensar que pronto recibiré una respuesta, como ha sucedido siempre en el pasado.

En conclusión, como decía Freire, y ya he citado por aquí: Todos nosotros ignoramos algo. Por eso, todos aprendemos siempre.