19 de febrero de 2011

Fírmame, que soy de papel

He prometido en Twitter una breve crónica sobre la lectura que Jonathan Franzen hizo ayer en la Catedral Nacional de Washington, D.C. pero tengo que reconocer que me está costando muchísimo escribir un par de líneas que hagan mérito, por mínimo que sea, a las palabras que Franzen pronunció ayer durante el evento. Supongo que si no escribiera este post, muy pocos lo echarían en falta pero como sé que algún tuitero sí que está pendiente de lo que voy diciendo por ahí, (¿verdad, @javierggar?) mejor me pongo a ello inmediatamente.

Viernes 18 de febrero


11.09h. Camino por el estacionamiento de Target en Potomac Yard, con la Blackberry en una mano y las llaves del coche en otra. Sin prestar mucha atención, miro los únicos mensajes que me han llegado en la última media hora: los de una lista de Internet de los vecinos de mi barrio. Los ojos se me quedan clavados de repente en la pantalla. Alguien regala dos entradas de la Fundación PEN/Faulkner para asistir a la lectura de su obra que Jonathan Franzen va a hacer esa misma tarde. Las pido sin pensarlo dos veces y me tocan. Todavía no sé si voy a poder convencer a alguien para que venga conmigo. Pero de algo estoy segura: yo sí voy a ir.

19.20h. Acompañada por una amiga—qué sería nuestra vida sin la amistad—, busco sitio entre las primeras filas de asientos. Sorry, these seats are only for the Board of Directors. Y a eso no llegamos, claro. Una cosa es tener suerte en la vida y otra es ir de listillas. Nos quedamos, pues, cerca de una de las muchas pantallas de televisión que han colocado en la nave central de la catedral para que nadie se quede sin ver bien el espectáculo. Todo va a comenzar. Tras unas breves palabras de introducción por parte de Samuel T. Lloyd, Jessica Neely y Jackson Bryer, aparece Franzen en el crucero. Sus primeras frases son acogidas con risas: “qué bien que la lectura de una obra literaria siga siendo una actividad tan popular para un viernes por la tarde” o “este es el sitio más extraño en el que he leído públicamente mi obra”. Parece simpático, genuino en su rubor y contento de tener tantísimos lectores entregados a su causa. Empieza a leer. Es el principio del capítulo Womanland:

“Growing-up in St. Paul, Joey Berglund had received numberless assurances that his life was destined to be a lucky one”.

–Lee muy bien. Una rara cualidad en los escritores–apuntamos mi amiga y yo.

A veces se atasca en alguna palabra o pronuncia las consonantes dentales de una forma singular. Pero a nadie le extraña, dada la apasionada rapidez con la que lee, casi recita, sus palabras. Su actuación cuenta con el garbo y la vehemencia propias de los que creen en lo que han escrito y en lo que dicen. A la audiencia le gusta que sus escritores sean así.

El turno de preguntas y respuestas es divertido. Franzen no se molesta por nada de lo que le preguntan ya venga de la nave central o del transepto: el futuro del libro impreso, sus otros grandes escritores estadounidenses, el cambio de tono al final de Freedom, el proceso de creación de los personajes, la transición del punk al country, la relación entre realidad y ficción… Eso sí, a veces parece incómodo. Sonríe, se sonroja, balbucea una contestación. Pero incluso entonces se le ve brillante y dinámico. El público disfruta todavía más que él.

Pero lo bueno no puede durar eternamente. Los que queremos que nos firmen libros (o Kindles, como @joshalcorn), formamos una larga cola en la nave lateral. La marcha va lenta. Los organizadores nos piden que tengamos los libros abiertos por la primera página y que entendamos que Franzen no va a personalizar la dedicatoria. Yo aprovecho para acercarme a la mesa, por delante y por detrás, y sacarle alguna foto pero ninguna sale como para portada de la Revista Time.

Por suerte, y como broche de oro a una magnífica jornada, soy de las pocas a las que Franzen dedica el libro personalmente (“For Esperanza”). No me pregunta cómo se escribe mi nombre y lo hace como debe ser: con determinación.

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Con mi agradecimiento a Trini Zaldívar y a Sandra Ortiz.