En casa siempre hubo libros. Algunos procedían del Círculo de Lectores o de la Biblioteca Básica Salvat. Otros de ropavejeros. Los más, de un bibliobús que todas las semanas se estacionaba durante un par de horas al final de la calle en la que vivíamos. Éramos cinco en mi familia, así que podíamos sacar diez libros todas las semanas. ¿O serían quince? La memoria me falla. Eran los años setenta.
Pero lo que sí recuerdo perfectamente es la fabulosa sensación que sentía al subir a ese autobús azul que, aunque pequeño, a mí me parecía inmenso. Mi madre nos llevaba a la parada antes de que llegara el bibliobús, por lo que casi siempre éramos los primeros en subir. Devolvíamos los libros; el bibliobusero
localizaba nuestras fichas en su archivo, quitando pausadamente el clip con las tarjetas de registro que, acto seguido, volvía a colocar en la bolsita de cada uno de los libros. Ya podíamos buscar nuevas lecturas para la siguiente semana. Creo no estar equivocada si afirmo que todo el inventario de esa pequeña fábrica de sueños rodante pasó alguna vez por casa. Había de todo y leímos de todo.
Ahora, filóloga y con muchos años de lectura a mis espaldas, sigo sintiendo el mismo placer que antaño cuando estoy en una biblioteca. Las que visito ahora ya no son estrechas, ni alargadas, ni tienen ruedas. Sus catálogos están digitalizados y hasta muchos de sus libros se pueden consultar directamente por Internet. Pero lo más importante no ha cambiado: las bibliotecas están llenas de tesoros que quieren ser descubiertos. Ninguno es igual: algunos los han leído miles de personas; otros, siguen esperando su oportunidad. Y si esa oportunidad se la da un niño, mucho mejor todavía, porque la mayor ilusión que tiene un libro es que lo abran con cariño unas manos curiosas y lo lean sin descanso unos ojos con pasión.
Como los míos. Como los tuyos.
¡Feliz Día del Libro!
Foto: http://vieki.blogspot.com/2011/05/el-bibliobus.html
3 comentarios:
Gracias, Esperanza, por este post que me hace recordar (volver a pasar por el corazón) momentos de mi infancia y adolescencia también unidos a libros.
Los tiempos han cambiado. Los hábitos también. Algunos, yo me resisto a hacerlo, han sustituido el característico murmullo de las páginas al pasar, el tacto del papel y el olor a veces a imprenta y otras a enmohecido, por formatos electrónicos, más cómodos, más limpios y funcionales, pero menos románticos. No importa siempre que la literatura sea un bien al alcance de todos, un peldaño accesible para construir un mundo más crítico, más plural, más justo y humano.
Un abrazo, Elena
me gusta pcture
Me ha gustado mucho esta entrada en tu blog. Un saludo, Daniel.
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