Tengo que reconocer que ya en mis tiempos de estudiante en Berlín me encantaban las producciones largas, como la versión de siete horas y media que montó Heiner Müller de su Hamletmaschine poco después de que cayera el muro.
La obra maestra del cine que he visto hoy no llega a tales extremos, pero cierto es que las casi cuatro horas y media que dura Misterios de Lisboa pueden asustar a más de uno. Yo, la verdad, no sabía si iba a aguantar toda la sesión hoy en la National Gallery of Art pero después de sorprenderme a mí misma boquiabierta durante la mayor parte de la primera parte, ha sido fácil aceptar el reto y ceder a la maestría y el encanto de Raúl Ruiz hasta el final de la película.
La historia está basada en una novela del escritor portugués Camilo Castelo Branco. Ignoro si la adaptación del texto, realizada por Carlos Saboga, es o no muy fidedigna pero lo que escuchamos en la película es sencillamente delicioso. No sé si será la belleza del acento de la lengua portuguesa y de sus palabras tan parecidas y, a la vez, lejanas al español, como "tedio, cafre, gostoso..." o de unos textos que nos dejan boquiabiertos, del tipo "uno puede escapar de los ojos de los demás pero no de los propios", lo que más atrapa al espectador. Por si esto no fuera suficiente, una cámara revoltosa y atrevida, una luz del sol que aparece y desaparece en el momento más adecuado, unos personajes-figurines secundarios (¿qué tal cuaternarios?) colocados en los lugares más inverosímiles y una escenografía propia del teatro más experimental hacen de esta película una maravilla.
Ciertamente no hace falta que jure que me ha gustado muchísimo, ¿verdad?
1 comentario:
Con una reseña tan buena como ésta, cualquiera queda invitado a ver Misterios de Lisboa.
Saludos, Esperanza.
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